Llegan las elecciones y es inevitable escuchar, simultáneamente y sobre un mismo tema, mensajes positivos y negativos de gobernantes y oposición. La salud pública está en el epicentro del debate. Cómo sabéis, sigo con interés todo lo que se publica sobre los programas de cribado de cáncer mamario; sin embargo, cualquier análisis crítico de estos programas queda distorsionado por el debate ideológico sobre recortes sociales.
Y sin embargo, deberíamos ser capaces de interpretar críticamente lo que los responsables de salud pública – en su mayoría cargos políticos- nos transmiten. Es normal pensar que usar parámetros “similares” para describir la eficacia con la que luchamos contra el cáncer debería ofrecer una información “similar” pero esto no siempre es así. Los dos parámetros a tener en cuenta para valorar los resultados de los programas de cribado contra el cáncer son las tasas de supervivencia y las de mortalidad. ¿A qué supervivencia y mortalidad parecen 2 caras de una misma moneda? No lo son. No saberlo puede llevarnos a engaño.
Las tasas de mortalidad se obtienen tomando el número de pacientes que fallecen por una causa a lo largo de un año y dividiendo ese número por la población total. Por ejemplo, la tasa de mortalidad en varones por cáncer de pulmón es de 61,6 por 100.000 personas. La tasa de supervivencia refleja la cantidad de personas que sobreviven a la enfermedad un determinado número de años tras el diagnóstico.
La mayoría de los estudios utilizan la tasa de supervivencia por dos razones: es más fácil de calcular – sólo hay que hacer un seguimiento de los pacientes con cáncer y del tiempo que sobreviven- y aporta la información que desean los pacientes -quieren saber el tiempo que van a vivir-. Las tasas de mortalidad no ofrecen información individual sino poblacional y son más difíciles de entender y de calcular.
Se pueden mejorar las dos tasas – mortalidad y supervivencia- reduciendo el número de pacientes que contraen la enfermedad (mejor prevención) y/o aumentando el número de pacientes que sobreviven a ella (mejor tratamiento). La supervivencia, además, se puede “prolongar” adelantando el momento del diagnóstico. ¡Entender esto es la clave de la cuestión!
Os pongo un ejemplo de cosecha propia, ¡así que un poco de imaginación! imaginad que el cáncer de dedo meñique sólo se puede diagnosticar palpando un nódulo en el dedo. Imaginad que, desde el momento en el que se palpa, con el mejor tratamiento disponible, el paciente vive 4 años como mucho. La supervivencia a 5 años es del 0% -nadie sobrevive más de 4 años-. Ahora imaginad que descubrimos una técnica radiológica que permite ver el tumor 5 años antes de que podamos palparlo. Sin mejorar el tratamiento, los pacientes viven ahora 9 años desde diagnóstico hasta fallecimiento. ¡La supervivencia a 5 años ha pasado a ser del 100%! La paradoja es que no ha cambiado el número de pacientes que fallecen cada año por la enfermedad, sólo se adelanta el momento del diagnóstico…
Aquellos que quieren que se mantengan los programas de cribado sólo hablan de tasas de supervivencia. Justifican mejor las enormes inversiones en estos programas. Habría que exigir también resultados en términos de mortalidad.
La segunda cuestión es la del sobre- diagnóstico: imaginad que algunos tumores de dedo meñique que se diagnostican con la nueva tecnología nunca llegarán a palparse ni conllevarán un riesgo para la salud de los pacientes – si, algunos tumores desaparecen solos-. Dado que los diagnosticamos tempranamente, aumentamos artificialmente las tasas de supervivencia; de nuevo, mejoramos artificialmente la supervivencia sin mejorar la mejorar la mortalidad.
Es importante conocer estos matices: diagnosticar más tumores puede no aportar beneficios en términos de mortalidad… terreno abonado a la demagogia. Me permito hacer una reflexión general “en voz alta”: ante ciertos debates técnicos y científicos complejos, los ciudadanos deberíamos poder contar con opiniones técnicas objetivas.
Menos dogma y más pragmatismo.
Antón Millet • Ginecólogo
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