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¿El deporte podría reducir el riesgo de malformaciones cardiacas?

Como ginecólogo, conozco bien la cara de alegría que ponen los padres ya en la semana 6 de embarazo cuando oyen los latidos cardiacos de su bebé. El corazón se desarrolla muy rápido a lo largo del primer trimestre de gestación. Sin embargo, por razones que desconocemos, a veces este desarrollo falla; ¡Las malformaciones cardiacas afectan a casi el 1% de recién nacidos! Aunque muchos defectos son menores, otros son graves y requieren de cirugía tras el parto. El problema es que el desarrollo de las malformaciones cardiacas es tan temprano que el daño es irreversible antes del diagnóstico.

Así las cosas, se busca determinar factores reductores de riesgo de malformaciones cardiacas, haciendo especial hincapié en los factores maternos, ya que las madres constituyen el medio ambiente en el que se desarrollan los bebés. Se sabe desde hace años que, tanto en animales como en humanos, la edad materna supone un factor de riesgo de primer nivel de malformaciones. Pero nadie ha podido determinar si esto se debe a la edad de los ovocitos maternos – edad reproductiva- o a la edad biológica de la madre.

Pues bien, un estudio reciente publicado en Nature me ha sorprendido, por su diseño y el optimismo que nos aporta a los que lidiamos con el problema. Los autores reunieron una población de ratones hembra de una extirpe con alto riesgo de malformaciones cardiacas. La mitad de los ratones eran jóvenes y la otra mitad añosos – perimenopáusicos-. El experimento fue sencillo: se trasplantaron los “ovarios jóvenes” de los ratones jóvenes a los ratones añosos. Tras el apareamiento, el riesgo de dar a luz crías con malformaciones cardiacas siguió siendo mayor en los ratones añosos. La edad reproductiva no parecía influir en el riesgo de desarrollar problemas cardiacos.

Este resultado fue alentador ya que la edad ovocitaria no es modificable y si hubiese influido en el riesgo, no hubiésemos podido hacer nada para modificarla… ¿Qué otros factores son modificables? Los autores del artículo pensaron en el metabolismo materno: en efecto, con la edad, el metabolismo pierde eficiencia y el peor procesado de grasas y azúcares podría afectar al útero que es donde se desarrolla el feto. El siguiente paso fue modificar la cantidad de grasa de la dieta de los ratones pero el riesgo tampoco se alteró. Finalmente, intentaron determinar el impacto de la actividad física. Dividieron la población de ratones en 2 grupos: en el primero – compuesto por ratones jóvenes y añosos- los ratones se mantuvieron activos en ruedas giratorias durante varias semanas antes de gestar; en el otro grupo se impidió la actividad física. Aquí surge la sorpresa… ¡las madres añosas que hicieron ejercicio tuvieron menos crías con malformaciones que las madres añosas seentarias! De hecho, el riesgo de las primeras fue similar al de las ratonas jóvenes.

Los científicos no conocen los mecanismos a través de los cuales el ejercicio influye sobre el riesgo de cardiopatías; la actividad física podría modificar la expresión de ciertos genes que, a su vez, producirían proteínas que pasarían a sangre materna, contribuyendo al correcto desarrollo del corazón fetal. Por el momento, éstas son sólo hipótesis; además, se desconoce si estos resultados son extrapolables a los humanos. El artículo concluye recomendando que las mujeres embarazadas se mantengan físicamente activas: los beneficios son significativos para madres y fetos; los efectos no deseados, casi inexistentes.

Este hallazgo no hace sino contribuir a mi convencimiento de que el deporte es fundamental para el correcto desarrollo del feto en la especia humana. No concibo ya que una embarazada no haga deporte… y así lo voy a empezar a aplicar en mi práctica clínica.

Antón Millet • Ginecólogo

 

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Clínica Millet - Clínica de la Mujer
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