La salud de las pacientes con cáncer de mama va más allá de los aspectos relativos al tumor. En muchos casos, los tratamientos oncológicos conllevan efectos secundarios y una importante merma en la calidad de vida de estas mujeres, que se enfrentan cada vez más a problemas psicológicos, sexuales y de salud ginecológica y/o metabólica.
Desde hace más de 20 años, sabemos que las mujeres con cáncer de mama pierden masa ósea de forma acelerada. Varios estudios publicados en la década de los 90 mostraron que las pacientes con cáncer de mama, incluso aquellas con tumores en estadios tempranos y sin metástasis óseas, presentaban más fracturas óseas – 5 o 6 veces más- que las mujeres sin tumores.
En aquella época el cáncer mamario era considerado una única enfermedad y no fue hace muy pocos años que descubrimos que el cáncer era una familia de al menos 4 tipos de tumores, con pronósticos y tratamientos completamente diferentes.
La población más frecuente de tumores es la compuesta por tumores “hormono-dependientes”. Se llaman así porque presentan en sus células receptores hormonales: las hormonas estrógenos y, en menor medida progesterona, estimulan el crecimiento y la multiplicación de las células de estos tumores. Su tratamiento de elección tras la cirugía son los fármacos antiestrógenos – bloquean la unión entre hormonas y células tumorales-. Los 2 fármacos utilizados son el tamoxifeno y los inhibidores de aromatasa. Los IA son más eficaces en mujeres post-menopáusicas y tamoxifeno ha quedado relegado a pacientes premenopáusicas. Los IA inhiben la síntesis de estrógenos de forma drástica, privando a los tumores de su principal vía de proliferación. Desgraciadamente, esta falta de estrógenos, tan buena para evitar el crecimiento tumoral, condiciona importantes consecuencias a nivel genital, urinario, articular y óseo, entre otros.
A nivel óseo específicamente, los IAs triplican la velocidad y la intensidad de la pérdida de masa ósea. Si, además del IA, la paciente recibe algún tratamiento para dejar de tener reglas – quitar los ovarios con cirugía o fármacos para dejar de ovular, como el Zoladex-, la pérdida ósea se multiplica por 7. Esta pérdida ósea acelerada conlleva un aumento en la incidencia de fracturas que alcanza al 10% de las mujeres tras 3 años de tratamiento. En resumen, si no cuidamos el hueso de nuestras pacientes, podemos llegar a la situación absurda en la que la mortalidad derivada del tratamiento del cáncer supera a la del propio tumor.
¿Y qué podemos hacer? Es importante tomar conciencia de la necesidad de que toda paciente con cáncer de mama se haga una analítica para determinar los niveles de calcio y vitamina D; estos 2 elementos son esenciales para que el hueso conserve su fuerza y elasticidad. También es importante hacerse una densitometría ósea con regularidad – casa 18-24 meses- para comprobar cómo evoluciona la densidad de masa ósea. Por último, hay que dejar de fumar y reducir la ingesta de alcohol, hacer ejercicio, descartar problemas tiroideos y metabólicos.
Si a la vista de todo lo anterior, decidimos que la paciente necesita un tratamiento antiresortivo para reducir la pérdida ósea, disponemos de 2 fármacos: el Denosumab (Prolia) y el ácido zoledrónico (Zometa). Los estudios muestran que ambos fármacos aumentan la densidad de masa ósea en las densitometrías. El denosumab ha demostrado en estudios bien diseñados que también reduce el riesgo de fracturas en pacientes con cáncer de mama que toman IAs. Por el contrario, el ácido zoledrónico no ha demostrado beneficios en lo que respecta a riesgo de fracturas en estas pacientes.
Acaba de publicarse un estudio que muestra que un 10% de las mujeres postmenopáusicas con cáncer de mama que toman IA sufrirán una fractura al cabo de 3 años de tratamiento. El denosumab reduce este riesgo a la mitad y su efecto protector se mantiene tras 6 años de tratamiento. Se trata de un fármaco seguro y con pocos/leves efectos adverso.
Concluyo señalando que las mujeres con cáncer de mama son pacientes con un alto riesgo de perder hueso y sufrir fracturas. Sus médicos deben plantearles opciones preventivas y terapéuticas. Si analizamos la situación desde una perspectiva global, debemos alegrarnos de que el mayor peligro que acecha a las mujeres con cáncer de mama ya no sea tanto el tumor como otras patologías asociadas a su tratamiento. Estamos cronificando la enfermedad… y eso es una buena noticia.
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